domingo, 17 de mayo de 2009

SÉPTIMA OBVIEDAD: Sobre la energía eléctrica

Estamos tan habituados a que el simple gesto de pulsar un interruptor o un botón nos proporcione luz o ponga en marcha una máquina, un ordenador o algún artilugio doméstico o recreativo que la carencia, aunque sea por corto tiempo, de la energía eléctrica que lo hace posible nos parece un desastre y solo nos preocupa esa carencia cuando realmente se produce. Sin embargo, la energía eléctrica es un bien escaso y su puesta a disposición de la sociedad un proceso complejo con profundas derivaciones sociales en dos aspectos cuyo equilibrio debe ser el objetivo: el medioambiental y el económico. Hasta que la energía eléctrica llega hasta nuestras fábricas, establecimientos u hogares, atraviesa tres fases: producción, transporte y distribución.
Empezando por el final, ya la distribución y el transporte de energía eléctrica generan rechazos entre los mismos que son sus usuarios y no concebirían la vida sin ella, nadie quiere en su cercanía un poste, una subestación o una línea de transporte.
Pero el mayor rechazo es el que suscita la generación o producción, fundamentalmente en lo que se refiere a las centrales que emplean combustibles fósiles –petróleo, carbón o gas- y a las nucleares, estas en mayor medida con gran diferencia.
La cuestión es: ¿está justificado este rechazo?, ¿en qué se basa?
Antes de entrar a analizar cada sistema de generación de energía, lo oportuno es centrar la situación con un bosquejo de los porcentajes en que intervienen en España y sus costos de producción:
-La energía térmica, que emplea como combustibles gas, carbón o petróleo –este muy residual-, produce aproximadamente 60% del total. La energía nuclear es del orden del 20%. La hidroeléctrica oscila entre 5 y 8% -muy variable según sea el año hidráulico-. Y las renovables eólica y solar 10/15%, siendo la mayor parte de procedencia eólica y también condicionadas por la meteorología.
-El coste de producción se mueve entre aproximadamente 0,04 €/kW de la energía nuclear y 0,32 €/kW de la solar. Hablamos únicamente del coste de producción, puesto que los de transporte y distribución son, naturalmente, los mismos con independencia del origen de la energía eléctrica que se maneje.
Consideremos ahora cada forma de energía desde el punto de vista del rechazo que provocan y analicemos la base del mismo:
-La energía hidroeléctrica es la menos contestada, apenas por pequeños grupos refractarios a la construcción de pantanos. Además, es una energía barata. El problema es que las posibilidades de hacer nuevos saltos de agua son ya casi inexistentes y el régimen de lluvias es de tendencia decreciente.
-La energía solar, de las renovables la de mas alto coste de producción, es en su mayoría fotovoltaica y utiliza para su generación paneles de cristales de silicio. Naturalmente, su dependencia del sol implica una importante limitación en las horas diarias de generación. No contamina y genera poco rechazo social, solo medioambientalmente se le reprocha la ruptura del paisaje que produce por la gran superficie que ocupan sus instalaciones.
-La energía eólica, la otra energía renovable y limpia, tiene un coste de producción menor que la solar, pero casi triplica la nuclear. El impacto visual, el ruido y los daños a las aves que, con dudoso fundamento, se atribuyen a las aspas de sus molinos, son el debe en la parte medioambiental. Un importante handicap de esta energía es su discontinuidad, porque los molinos solo pueden trabajar en un entorno de velocidad de viento, entre un máximo y un mínimo, lo que se traduce en un rendimiento bajo, muy lejos de una generación continua.
-Las centrales térmicas que producen energía quemando carbón o gas o las residuales de petróleo, tienen un coste de producción sensiblemente mayor que las nucleares y producen una alta contaminación atmosférica como consecuencia de los gases resultantes de la combustión –CO2, SO2 y otros- y de los metales pesados contenidos en esos gases. Es cierto que las actuales centrales de ciclo combinado de gas han reducido el costo y la contaminación, pero ambos siguen siendo altos. Además, debemos importar ese gas, lo que supone una peligrosa dependencia, porque lo recibimos de zonas potencialmente inestables –por gasoducto desde el norte de África y en metaneros desde Nigeria, Trinidad y Tobago y otros-. Una muestra de que esta dependencia es peligrosa es la reciente crisis entre Rusia y Ucrania que ha tenido desabastecida durante días a buena parte de Europa.
Una opción poco utilizada en nuestro país con respecto a otros del mundo industrializado, es la utilización como combustibles alternativos de residuos sólidos como neumáticos triturados, lodos secos de depuradoras, plásticos, bricks, papel, cáscaras de frutos secos, etc, o líquidos como aceites usados, restos de pinturas, lacas, barnices, etc. Convendría utilizar lo más posible estos combustibles alternativos para reducir el consumo de combustibles fósiles.
-Y por último llegamos a la energía eléctrica de origen nuclear, la que ha venido siendo la mas temida y la mas denostada, pero que desde un punto de vista práctico es la que ofrece mayores ventajas: es la mas económica, es limpia –salvo en lo que se refiere a los residuos, los cuales son controlables-, garantiza un suministro continuo de energía y su grado de dependencia es asumible. No obstante, la sociedad considera peligrosa esa energía e incluso ante esa potencial peligrosidad prefiere el daño seguro, constante y sistemático de la contaminación producida por las centrales térmicas.
Sin embargo, esa peligrosidad tan temida dista de ser real. Todo el mundo piensa en Chernobil, pero ese desastre fue un caso excepcional, fruto del incumplimiento de las medidas y los requisitos mínimos de seguridad exigibles en cualquier central nuclear. Y hace más de cincuenta años que se instaló el primer reactor nuclear. Y actualmente hay más de 400 centrales nucleares en el mundo.
El mayor inconveniente de estas centrales son los residuos radiactivos, pero estos son controlados depositándolos en las piscinas propias de cada central o almacenándolos en las instalaciones preparadas al efecto en El Cabril.
Afortunadamente algo está cambiando en el sentir general respecto de esta energía. El pasado año la Agencia Internacional de la Energía, preocupada por las emisiones globales de CO2, recomendó la construcción de 32 centrales nucleares en el mundo y reducir la generación de energía eléctrica de origen térmico. Además, voces de antiguos ecologistas antinucleares han cambiado su prédica ante la realidad de los hechos. Incluso en España, el pasado año oímos a Felipe González decir que “no se puede ser antinuclear y comprar nuclear a Francia”, abogando por la reconsideración de esta energía. Y nuestro vecino francés produce en centrales nucleares el 76% de su electricidad y acaba de aprobar la construcción de una nueva. Y Suecia acaba de derogar una ley que prohibía nuevas centrales y va a hacer una nueva. E Inglaterra va a hacer doce nuevas y Alemania dos y así otros países.
Sin embargo, nuestro actual gobierno ha cerrado la central de Zorita y manifestado su propósito de cerrar sucesivamente las restantes.
Sería deseable que en nuestra sociedad se levantaran más voces que contribuyeran a desarraigar del subconsciente colectivo un rechazo excesivo y poco justificado y que el tema nuclear se sacara a debate. Nuestra situación nacional es de aguda crisis económica y vivimos en un mundo de competencia globalizada, por lo que necesitamos producir reduciendo nuestros costes, y dado que la energía representa aproximadamente el 30% del coste medio total de producción, deberíamos bajar su precio tanto como sea posible. Consecuentemente, es obvio que el tema nuclear debe ponerse de nuevo de absoluta actualidad y ser ponderado y discutido seriamente, sin demagogias, desde los puntos de vista técnico, económico y medioambiental.

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