Hasta no hace mucho tiempo yo era un decidido partidario de la Monarquía por razones prácticas, de conveniencia para un país tan complicado como el nuestro. Muchas veces defendí la Institución ante mis hijos que cuestionaban su utilidad.
Después atravesé una etapa de desconcierto: se me escapaban algunos porqués, la congruencia se echaba de menos.
Para tratar de aclararme y como poner hechos en línea puede marcar un camino, me puse a recopilar algunos y colocarlos en orden, lo que creo que me llevó al entendimiento de la situación y a la consiguiente conclusión: nada de imprudencia – en las declaraciones -, ni nada de incoherencia, sino que todo parece responder a una clara estrategia para asegurar la supervivencia y el mantenimiento de la Institución Monárquica.
El resumen de algunos de los hechos considerados es el siguiente:
-La mayoría de los apoyos a la Monarquía – los naturales y constantes, no los coyunturales – están en la derecha. El peligro para la Institución no está ahí, sino en la izquierda y el nacionalismo separatista, más partidarios de la República, durante la cual su fuerza y sus privilegios fueron mayores.
-Una hija que ha emparentado con lo más granado del nacionalismo vasco, vivido en Barcelona y trabajado para La Caixa, el Banco Nacional de Cataluña y esforzado adalid de la lucha del catalanismo por lograr el dominio de la industria energética española – una forma de colonización -.
-El heredero casado con una mujer de neta inclinación a la izquierda que cultiva relacionándose con relevantes personajes de esa cultura, como Sabina y Ramoncín.
-El “hablando se entiende la gente” que tanto satisfizo a los Carod Rovira y a los zapateristas.
-La declaración del Rey respaldando el intento de conseguir el final dialogado del terrorismo – “off the record”, lo que la hacía mas sentida y creíble -, según la cual “hay que intentarlo y si se consigue, se consigue”, matizada con la constatación de diferencias entre la situación de Irlanda del Norte y la de España, para que sonara menos a penalti injusto en el último minuto – a punto de comenzar la campaña electoral – de árbitro manifiestamente parcial.
-La presencia de los Reyes en la apertura de curso, el pasado año, en un colegio balear donde los padres no tienen derecho a que sus hijos sean enseñados en español como lengua vehicular, que incluso se persigue en el patio.
-La habitual frialdad del Rey en su trato con los políticos del Partido Popular –con especial sequedad y desapego en el caso de Aznar-, en contraposición con la campechana cercanía con la que se manifiesta con los políticos socialistas y que ha llegado al máximo con Zapatero, el más declarado y ferviente republicano de todos, con el que por primera vez ha roto la prudente y lógica norma de no alabar a un Presidente del Gobierno en ejercicio, cuando dijo el pasado año –en la entrega del premio Cervantes, en la Universidad de Alcalá de Henares- que Zapatero “no divaga, es muy recto. La gente cree que hace cosas así….., como divagando, pero no hay nada de eso. El sabe muy bien hacia qué dirección va y porqué y para qué hace las cosas. Tiene profundas convicciones. Es un ser humano íntegro”.
Me pregunto si es real –de realidad, no de realeza- esta fascinación del monarca por el republicanismo y su más destacado representante o si la verdad es que Zapatero es quien más temor le produce, quien representa un mayor peligro para la Monarquía, por varias razones vulnerable, por ejemplo, por algunas de las peligrosas amistades del Rey –Prado y Colón de Carvajal, los Albertos….-.
Chateaubriand, aquel viajero, escritor y político francés que debía conocer bien a los Borbones, dado su trato y cercanía con ellos, llegó a decir: “La ingratitud es privilegio de reyes, pero los Borbones exageran”. Parece obvio que acertó con el que ahora ostenta la Corona en España.
Consecuentemente con todo lo anterior, con el debido respeto a la Institución y con menor y decreciente respeto a quien la encarna, me permito declararme “ex monárquico”.
lunes, 1 de junio de 2009
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