domingo, 10 de enero de 2010

VIGESIMOCUARTA OBVIEDAD: Sobre Gibraltar


Carlos II –impropiamente llamado El Hechizado, cuando realmente era el lamentable fruto final de la endogamia de los Austrias-, teniendo clara su incapacidad para tener descendencia, hizo dos testamentos: en el primero nombraba su sucesor al príncipe José Fernando de Baviera, complaciendo a su madre Mariana de Austria. Pero un año más tarde, en 1699, este murió. Y en 1700, Carlos II, poco antes de su propia muerte, hizo nuevo testamento a favor de Felipe de Anjou –que sería Felipe V-, nieto de Luis XIV. Pero había muchos partidarios del archiduque Carlos, hijo del Emperador Leopoldo, empezando por su tía, Mariana de Neoburgo, esposa de Carlos II. Y a favor de este se formó la “Gran Alianza de La Haya”: Inglaterra, Holanda, Dinamarca, el rey de Prusia y, posteriormente, Portugal y Saboya. Todos ellos –encabezados por Inglaterra, siempre deseosa de debilitar a España- contra la coalición franco-española comandada por Luis XIV. Resultado: una guerra cuyo final fue la pérdida para España de territorios en Flandes e Italia entregados al Imperio y la de Gibraltar y Menorca a favor de Inglaterra -Tratados de Utrecht y Rastadt-. España recuperó posteriormente Menorca, pero, aunque lo intentó militarmente en varias ocasiones durante el siglo XVIII –la última con un asedio que duró de 1779 a 1883-, nunca pudo recuperar Gibraltar que Inglaterra ambicionaba especialmente por motivos estratégicos tanto militares como económicos –era muy interesante para la industria textil británica-.
Así pues, desde que en 1704 una flota anglo-holandesa tomó Gibraltar en nombre del Archiduque Carlos– reforzados por 350 infantes catalanes que desembarcaron en la todavía llamada Catalan Bay-, los británicos han mantenido su dominio sobre Gibraltar, sin concesiones a España y, por el contrario, aumentando su control y la superficie sobre la que este se ejerce, aprovechándose de la ingenuidad unas veces, de la debilidad otras y de la estupidez o excesiva prudencia –por no decir cobardía- en muchas ocasiones de España.
Y así, a finales del siglo XVIII se estableció una zona neutral en el istmo que une Gibraltar con la Península Ibérica –zona que en el tratado de Utrecht quedó claramente fuera del dominio británico- que de inmediato los hijos de la Gran Bretaña interpretaron dividida en mitad británica y mitad española, ocupando pronto la primera, al principio con la excusa de establecer un lazareto para sobrellevar las consecuencias de una epidemia y luego simplemente permaneciendo allí.
Y en esa zona, complementada con terrenos ganados al mar en aguas españolas, el Reino Unido construyó un aeropuerto durante la segunda guerra mundial que inauguró oficialmente en 1949. En 1987 el acuerdo sobre el uso civil y conjunto del aeropuerto fracasó porque lo rechazaron los gibraltareños, lo que no ha impedido que en 2006 se les haya permitido establecer vuelos con España, algo de gran valor para Gibraltar desde los puntos de vista turístico y comercial.
Y Gibraltar es el último vestigio colonial en Europa, pues es realmente una colonia aunque los británicos le pasaran del estatus así reconocido en 1830 al de Territorio Británico de Ultramar en 1969, tras la Constitución que a sí mismos se dieron los gibraltareños. Y como colonia la han considerado y, para evidenciarlo, en 1954, coincidiendo con el 250 aniversario de la ocupación del Peñón, la visitó la reina Isabel, y en 1981 el príncipe Carlos inició su viaje de luna de miel con la princesa Diana visitando la colonia y en 2004 la princesa Ana viajó a Gibraltar con motivo del tricentenario de la ocupación. Y en 2000 se llevaron el submarino nuclear Tireless al puerto del Peñón para su reparación, porque entre el riesgo de contaminar aguas españolas o británicas la elección les resultó simple.
Desestimada la idea de recuperar el Peñón por las armas, España llevó el asunto a Naciones Unidas en los años sesenta y Gibraltar está actualmente en la lista de los dieciséis territorios no autónomos bajo la supervisión del Comité de Descolonización de Naciones Unidas, de quien hubo varias resoluciones instando a los dos países a negociar una solución, incluso una de la Asamblea General de 1966 deplorando el retraso en el proceso descolonizador. Pero Reino Unido ha imposibilitado cualquier avance aduciendo la voluntad negativa de los gibraltareños –que, por otra parte, no son descendientes de los habitantes del Peñón en el momento de la ocupación, puesto que estos fueron expulsados y sustituidos por británicos y gentes de otras procedencias-.
En 1969, tras aprobar Gran Bretaña la Constitución que se dieron los gibraltareños en 1968, que expresaba su rechazo a la posibilidad de unión o pertenencia a España, esta decidió el cierre de la Verja, lo que creó serias dificultades a los gibraltareños que tuvieron que ser sostenidos económicamente durante años por los británicos. Pero estos, que siempre han sabido utilizar como nadie la política del palo y la zanahoria, consiguieron que se abriera la Verja en 1984, con vagas y falsas promesas de futuro y la amenaza de vetar la entrada de España en la Unión Europea.
Y desde entonces, con la única excepción de un acuerdo preliminar entre España y Reino Unido –Aznar y Blair- alcanzado en 2001 que contenía una propuesta de cosoberanía y que no llegó al nivel de acuerdo formal por el rechazo de los “llanitos” –gibraltareños-, Gibraltar se ha hecho económicamente autónomo, gracias al turismo, al tráfico de mercancías y, fundamentalmente, a su condición de paraíso fiscal que sirve de refugio a, entre otros, el narcotráfico internacional y que alberga alrededor de 80.000 empresas en un lugar cuya población no alcanza los 30.000 habitantes.
Y como los gibraltareños se consideran fuertes, se sienten respaldados y ven la debilidad de España como nación, están empeñados en una política de expansión que les lleva a realizar en aguas españolas una ampliación del puerto en el “East Side”, -para lo cual llevan tiempo formando con chatarra, materiales de derribo y tierras, irónicamente procedentes de España, una enorme plataforma con una superficie proyectada de 15 hectáreas que albergarán viviendas, hoteles, comercios de lujo y un nuevo puerto deportivo- y a reclamar como suyas las aguas que les rodean hasta las tres millas. Y para consolidar su reclamación –infundada, porque el Tratado de Utrecht reconoció a los británicos el dominio sobre la ciudad y el castillo de Gibraltar, así como su puerto y fortalezas que le pertenecen, pero no mas aguas territoriales que las albergadas en el propio puerto-, patrulleras de la Royal Navy y de la policía gibraltareña llevan tiempo interceptando embarcaciones de la Guardia Civil que patrullan las cercanías del Peñón en sus labores de vigilancia de una zona en la que prolifera el contrabando, y les conminan a abandonar la zona amenazando a los nuestros incluso con ametralladoras pesadas que les apuntan. Y nuestra gente abandona porque esas son sus órdenes.
Y a pesar de que todo ello llevaba tiempo produciéndose, en julio nuestro “responsable” de Asuntos Exteriores, Moratinos, se ha convertido en el primer miembro de un Gobierno español que ha cruzado la Verja y se ha sentado para dialogar en plano de igualdad con su homólogo británico y con el primer ministro de Gibraltar.
Inútil visita para España, pero de la que seguramente sacarán réditos los británicos y los llanitos y que no ha impedido que estos continúen con su trabajo de robarle terrenos al mar en aguas españolas y con sus amenazas a los tripulantes de nuestras patrulleras, con burlas que han llegado tan lejos como hacer prácticas de tiro tomando como blanco una bandera española sostenida por una boya.
Es cierto que, como alguien dijo, Gibraltar no vale una guerra. Pero es obvio que ceder, arrugarse, mostrarse débiles, solo ha servido para que los hijos de la Gran Bretaña y los llanitos –multietnia que en buena parte domina mejor el andaluz que el inglés- se sientan más fuertes para burlarse de las pretensiones españolas de soberanía de la colonia. ¿Es que no hay ninguna forma de plantarles cara? ¿Es que nadie con poder se siente humillado y herido en su orgullo por esa permanente espina que cada vez se hace más grande y se clava más? A mí me duele y me cabrea.

2 comentarios:

  1. Sus comentarios y reflexiones son muy acertadas, si los que sentimos como Vd. lo reflejaramos en un pliego de firmas, lo acompañaramos con un voto dirigido a un partido político que defienda la unidad territorial de España y reclamara una negoaciación efectiva o tomara medidas similares al cobro de peaje, cobro de una tasa a los llanitos por disfrutar de nuestras autovía (A7), nuestros parque naturales (Ronda), nuestros hospitales (Costa del Sol), nuestro sistema de salud (Urgencias de la periferia de Gibraltar, etc. otro gallo nos cantaría.

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  2. Como español que pretende luchar con esta situación de "territorio ambiguo, os usamos pero no os quermos", no contribuiré al desarrollo turístico de Gibraltar aunque tengar que renunciar a mi costumbre de viajar por toda España

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